
Este artículo puede contener spoilers sobre películas producidas por Pixar. Continúe leyendo bajo su responsabilidad.
A Pixar se le suele acusar, no sin cierta dosis de razón, de concebir historias con el propósito último de buscar la lágrima en el espectador; principalmente adulto. Si echan un ligero vistazo a sus recuerdos probablemente se verán a sí mismos emocionados con la decisión de Sulley de dejar a Boo en el mundo al que pertenece, el abandono de la dueña de Jessie, cuando Andy decide que el lugar donde deben estar unos juguetes es en manos de un niño, y no en una estantería (tema explorado por cierto ya en “Toy Story 2”) o leyendo ese “Gracias por la aventura” que el anciano de “Up” descubre entre las fotografías de toda una vida.
De entre todos estos temas es quizás el asunto del transcurso del tiempo, y la huella que con él dejamos en los demás, una de las cuestiones que a mí, particularmente y con algo menos de 30 años, me dejan hecho polvo y pensativo durante días (“Cinema Paradiso”, de la que ya habló en un fenomenal artículo Javier Cano, es otra de esas obras maestras sobre ello). Miedo me da llegar a la vejez.
Entiendo que si las películas de Pixar conectan de manera tan directa con el espectador adulto (logrando en muy buena medida sacudir ese absurdo sambenito de que la animación es sólo para niños) es por esto que estoy comentando. El paso de tiempo es algo que a todos nos preocupa y, en consecuencia, a todos nos emociona. Supongo que es una inquietud sufragánea del propio miedo a morir, como tantas otras.
Sí. Es notable como buena parte de la filmografía de Pixar trata de reflexionar sobre ello. Lo hace mediante diferentes formas, tonos y narrativas; batiéndolo con otros muchos temas de interés universal. Pero el trasfondo (¡ay el subtexto qué importante es en una narración!) es el mismo. Y de entre todas ellas hoy quiero destacar a dos: “Inside Out” y “Coco”.
La primera, cuyo estudio en profundidad daría para un artículo propio por la multitud y profundidad de temas que abarca (¿Es la felicidad estar siempre alegres?), casi como si formase un díptico con “Coco”, no trata del tránsito de la vida a la muerte sino de algo que todos hemos podido vivir en nuestras propias vidas: el primer paso en el camino de madurez.
“Inside Out” lo hace desde el punto de vista de los recuerdos, y encontramos ya aquí el transcurso del tiempo como leitmotiv. Si no la han visto baste explicar que en el film representan las cinco emociones de ser humano con cinco personajes y colores diferentes (Alegría-amarillo, ira-rojo, miedo-morado, asco-verde y tristeza-azul). En la mente de nuestra protagonista, de unos doce o trece años, casi todos los recuerdos (representados en forma de bolas de cristal) son alegres y por tanto de color amarillo. Y ya está. Sin embargo, algo está a punto de ocurrir.
La protagonista tiene un recuerdo con sus padres muy especial para ella. Al inicio el mismo es de color amarillo. Pero a medida que ella crece y avanza la trama aquel y otros muchos pasan de ser amarillos (alegres) a adquirir un tinte a medio caballo entre el amarillo y, atención, el azul (tristeza). Nudo en la garganta.
Ha nacido la nostalgia en un ser humano.
La añoranza, la angustia por el paso del tiempo representada de forma gráfica. ¡En un personaje que tiene doce años y en una película de animación! ¿Es o no es para emocionarse?
En “Coco”, por otro lado, encontramos una divertida historia sobre la celebración del Día de Muertos en Méjico. Colorista como pocas, el guión (con mano de hierro además, cero concesiones) nos va llevando de manera insalvable hacia una escena concreta en la que el protagonista le canta dulce y lentamente al oído “Recuérdame”, la canción principal de la película (resumen en buena medida de su búsqueda, mas no de su mensaje) a su ancianísima bisabuela, la mamá Coco del título, quien ya no parece recordar nada de toda su vida.
El libreto, los directores, esperan que sea este momento en que los ojos se humedezcan. Y en mi caso estuvieron a punto de conseguirlo, pero algo faltaba. Lo que yo no esperaba bajo ningún concepto es que la película jugase tan fuerte que hubiera pensado en la gente que, como yo, no se iba a emocionar del todo con la escena antes descrita. Fue así cómo, cuando pasamos a la siguiente secuencia, me vi en la obligación de entregarlo todo y llorar a lágrima viva al comprobar cómo Héctor, el fallecido padre de Coco, se reúne al fin con toda su familia, vivos y muertos, justo lo que estuvo persiguiendo durante toda la historia mientras suenan los versos de una alegre melodía que, precisamente por serlo, potencia de manera exponencial el efecto: “Amor verdadero nos une por siempre, en el latido de mi corazón”.
Pareciera que los ancestros iban a ser olvidados. Pero no. El amor les une, nos une. Y lo hace para siempre. No hay transcurso de tiempo suficiente para olvidar a quien amamos. “Coco” mandó un mensaje que acabó posándose, otra vez, en el nudo que tenía en la garganta al abandonar el cine.
En ocasiones el cine nos hace regalos como estos. Tesoros que nacen del corazón y anidan, como no podía ser de otra manera, en el nuestro. Conviene pararse de vez en cuando y reflexionar sobre el paso del tiempo, sobre el paso de nuestro tiempo. Y hacerlo a la luz del arte es siempre edificante.
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