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17 Feb

Imposible de olvidar

¿Nunca han inventado un recuerdo? Cuando la memoria falla, la mente tiende a completar las fotografías de nuestro subconsciente. Resulta indiferente si la reconstrucción del recuerdo se corresponde o no con la realidad. Lo importante para ella es no dejar vacíos, tener una historia que contar. Les pido perdón de antemano si mi relato no resulta exacto, aunque les aseguro que todo lo que en él describo es real. Los sentimientos, por mucho que se reconstruya una escena, no se olvidan con facilidad.

Una multitud me rodeó nada más bajar de la barca. El leve oleaje acariciaba mis tobillos y mis pies se sumergían entre las piedras de la orilla del lago. Hacía un calor sofocante, húmedo, tropical. Eran tantos los rostros que se multiplicaban frente a mí que no lograba identificar ninguno. Muchos clamaban sus nombres con la inútil esperanza de que lograse recordarlos. Meses después, aún puedo percibir con nitidez el peso del equipaje sobre mis hombros, el agua entre los dedos de mis pies y el denso sudor recorriendo con cautela cada palmo de mi espalda. Allí estaba ella. No recuerdo con exactitud si mostraba interés en coger mis mochilas o si simplemente permanecía bajo la sombra de algún árbol de mango, observando desde la lejanía. Quizás esta es una de las partes de mi recuerdo que ha sido reconstruida con el paso del tiempo. No obstante, necesito situarla en el momento de mi llegada porque sé que estuvo allí. Siempre lo estuvo, desde mi primer día en aquel lugar hasta el momento en que nos dijimos adiós. Estuvo allí, de una manera u otra, y desde entonces no la he podido olvidar.

Era la suya una mirada inocente, pura, brillante. Indescifrable, en ocasiones. Desde la primera vez que nos cruzamos sentí que algo había en ella diferente a todas las demás. Así, el transcurso de los días precipitó numerosos acercamientos entre nosotros, y terminamos por entablar una profunda relación. Admito que dediqué más horas a estar con ella que con cualquier otra persona de aquella pequeña y montañosa isla. No podía evitarlo. Me sentía atrapado, pese a mis múltiples esfuerzos por escapar de su red. Tenía una gran personalidad, no cabe duda. Ella era capaz de lo mejor y de lo peor. No requería aparente esfuerzo para pasar de una personalidad a otra. Simplemente sucedía. Cambiaba de un plumazo su mentalidad y de repente se convertía en alguien diferente. Todo esto me fascinaba y asustaba a la vez. Sin embargo, lo negativo de aquel cruce de personalidades parecía relativizarse en cuanto la veía de nuevo regresar a mí. Lo hacía siempre con su sonrisa inmaculada, corriendo con la ligereza de una gacela que flotase sobre las piedras del terreno. Embelesado por su destreza, me sorprendía cada vez que notaba su peso tras saltar ágilmente sobre mis brazos. Así pasábamos las horas, un día tras otro, sin que nada más pareciese importar lo más mínimo a nuestro alrededor.

Todo se lo perdonaba, armándome de paciencia infinita mientras ella me engañaba una y otra vez, remendando a posteriori sus malicias con pequeños detalles cargados de inteligencia y amabilidad. Todavía hoy, al cerrar los ojos, puedo verla corriendo hacia mí, con su sonrisa blanca y perfecta, rogando que la coja en volandas. Era, sin duda, la chica más lista del lugar. Se buscaba la vida con el instinto de un animal y la clarividencia de un adulto. No daba nada por perdido, aunque su mente viajase continuamente vete a saber dónde. A mí me reconfortaba tranquilizarla. Recuerdo un día en que nos tumbamos bajo el atardecer, en plena ladera. Mientras apoyaba su pequeña cabeza en mi pecho, le hablé de mis miedos, inquietudes e ilusiones. Cuando lloraba, en uno de sus arrebatos, le decía repetidamente que la entendía, aunque no era verdad. Nuestras vidas habían sido tan diferentes que sería imposible comprender su concepción de las cosas, su mente, su niñez. 

Han pasado varios meses desde la última vez que nos vimos. Entretanto, he reconstruido mis recuerdos una y otra vez, aunque ella nunca desaparece. Supongo que me enamoré de sus problemas, de sus cambios de humor. De lo difícil que era su vida. Quedé prendado de su sonrisa, blanca y radiante, llena de inocencia y de maldad. De su ligereza, su temperamento y su fuerza. De la rabia que la consumía y de su amor incondicional cuando era dueña de sí. Nos quisimos a nuestra manera, todo lo posible. Nos hicimos llorar varias veces. Yo, de desesperación al caer la noche, después de uno de sus días complicados. Ella, cuando se despidió para siempre de mí. A menudo reviso sus fotos y sonrío con melancolía. Es preciosa, de eso no hay duda. E imposible de olvidar.

RGG

Arquitecto, emprendedor, inquieto, lector e intento de escritor.

2 Comentarios
  • Clara

    eres muy grande Rrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrafa!!!!

    21 de febrero de 2022 at 13:41 Responder
  • Rafael de Gaidovar

    En cada artículo percibo un nuevo salto en la calidad. Es muy emotivo, y está muy bien relatado. Enhorabuena.

    7 de marzo de 2022 at 10:23 Responder

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