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6 Jul

Héroes

¿Hacia dónde se dirige nuestro pensar al leer nombres tan dispares como Aristóteles, Copérnico, Teresa de Calcuta, Shakespeare o Velázquez? ¿Quién no conoce la historia detrás del término ‘maratón’? ¿Acaso en anatomía no se le dio a un tendón el nombre de un intrépido guerrero de la Ilíada? Sin entrar a debatir la condición ontológica del ser héroe, ni tampoco su naturaleza corpórea -¿acaso Batman no lo es?-, hablemos de mitos, de épica, de lo legendario. Hablemos de aquello que la historia puso de un modo inexorable en nuestra memoria colectiva. De aquello que salpica nuestras mejores plazas, parques y avenidas en forma de monumento.

Los héroes han transformado el mundo para bien; de lo contrario no lo serían. Mientras algunos dieron su vida para evitar muchas muertes, otros dedicaron la suya para salvar infinitas más. Y a ellos recurrimos una y otra vez, ya sea en busca de ideas, de historias, de relatos, de inventos, o de modos de pensar. Cada persona tiene, además, sus preferidos: hay quien disfruta con Miguel Ángel, mientras que Julio Verne y Luther King también tienen su público. Pero no todos tienen nombre: muchos son anónimos, como la mano que escribió El lazarillo de Tormes y que tanto ha servido de justificación a la picaresca española -el propio Lázaro es sin duda una especie de héroe nacional-. 

Este asunto de los héroes es todavía más complejo, puesto que no sólo atañe a la persona y sus valores; es más, en ocasiones quizá sea lo de menos. ¿A quién le importan los principios de David, si tumbar a Goliat con la honda fue más trascendente que cualquier otro valor que pudiera transmitir? Nada más que las cinco letras de su nombre prevalecen como símbolo ante toda otra consideración. 

Y hoy, ¿dónde están? ¿Quiénes son esos héroes? No le falta razón a quien sostiene que el avance de la sociedad ha llevado a destruir paulatinamente aquellos mitos y leyendas faltos de una buena dosis de realidad -o sea, todos-. En una sociedad ‘avanzada’ ya parece no tener cabida la épica. Esto, que hoy en día puede resultar una obviedad, es fácilmente verificable simplemente a las puertas de una iglesia, toda vez que la religión ha sido una de las grandes damnificadas por la búsqueda incesante de explicaciones científicas desde una perspectiva exclusivamente positivista. 

De la desaparición de los mitos algo sabía el sagaz Gerald Brenan, cuando advirtió sobre el diminuto pueblo alpujarreño en el que vivía en 1920 que ‘hasta que la carretera puso fin a su existencia, las hechiceras solían volar por los aires en las noches oscuras y en los días neblinosos, y a su paso se podía oír una dulce música’. Al hilo de este mismo argumento, la tesis comunista perseguida por Antonio Gramsci le sirvió para darse cuenta de que el pessimismo dell’intelligenza, debe ir de la mano del ottimismo della volontà. Pero, ¿si la carretera acabó con las hechiceras, qué no habrá hecho Internet con nuestros héroes? Lo cierto es que, a causa de la banalización de todo éxito, la rapidez con la que quedan obsoletos los logros y el disfrute de lo colectivo en detrimento de lo individual, hoy no contamos con muchos héroes. Hagan memoria: ¿quiénes lo son? Mal asunto si, de entre aquellos que aspiran hoy a ello, una buena parte lo son por patear una pelota miércoles y domingo. 

El acomodado crítico de balcón del siglo XXI, normalmente millenial, tratará de simplificar hasta el eslogan el momento actual y dictar sentencia con el tópico: los héroes de hoy se despiertan al alba y son anónimos. Y, si tiene el día lúcido, quizá mantenga que esos héroes existen y que la historia, como los necesita, ya los encumbrará. Desafortunadamente para él, y para todos, tiene razón. Tales héroes anónimos, que ciertamente lo son y siempre han existido, son los únicos que nos quedan. Pero nadie sabe sus nombres. Todo apunta, por tanto, a que tanta certidumbre nos ha extirpado a los héroes con nombre y apellidos. Los últimos que recordamos protagonizaron unos cuantos minutos de esa épica que sólo alguna vez vimos en la pantalla, como Lawrence de Arabia, Indiana Jones o La Pantera Rosa, por citar sólo unos pocos.

Ante tan poco halagüeño horizonte, aún quedan resquicios de esperanza. En ausencia de esas Marie Curies de nuestro tiempo, bajemos un peldaño: ¿A quién idolatramos? Al fin y al cabo, esos personajes a los que más admiramos podrían hacer las veces de héroes suplentes, ¿no? Quién sabe si el destino al que se dirigen nuestros pasos como sociedad tendrá que ver con tan nimias cuestiones. Si bien se antoja difícil pronosticar en qué medida el futuro dependerá de quiénes sean nuestros héroes, el presente ya paga las consecuencias de su ausencia. Porque no olvidemos que la misma épica que puso a Aquiles en el cuerpo de todo el que nace, colocará a Kim Kardashian en la piel de muchos que aún no han nacido.  

David

Transferencias entre arquitectura, arte, cultura y política.

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