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16 Ago

Una historia cualquiera

Hoy les quiero contar una historia cualquiera, de esas que ocurren a mediodía en la barra de un bar, un día cualquiera, en un pueblo cualquiera. Decidan ustedes mismos dónde y cuándo contextualizarla, den rienda suelta a sus recuerdos e imaginación, sin miedo de alterar la escena, pues en ésta España tan nuestra hay muchas costumbres que han cambiado o se han perdido, pero otras tantas o más que aún permanecen, por suerte o por desgracia, prácticamente intactas. Es éste el caso que nos ocupa, sin ir más lejos.

Sentado a sol y sombra en la terraza de un bar me hallé hace unas semanas leyendo uno de los libros de las Aventuras del Capitán Alatriste, a la par que degustaba un sabroso bocadillo caliente de filetes de lomo acompañado de una cerveza fría. El ruido de fondo que provocaba el gentío en la calle, concretamente en una concurrida plaza del pueblo, hacía las veces de banda sonora para mis lecturas, en las que me encontraba absorto, mientras devoraba página tras página y me imaginaba a mí mismo recorriendo las callejuelas oscuras de la España del siglo XVII. A lo que íbamos.

Imagen obtenida de www.perezreverte.com | El Capitán Alatriste

Paco es músico e historiador. Al disponerme a pagar en el interior del local, noté la mirada de un señor mayor que desde la barra se detenía con atención en la portada de mi libro. Sin mayor pretensión, se acercó a mí e hizo un par de comentarios sobre los jóvenes, la lectura y el interés por la historia. Lo hizo con una voz dulce, casi melódica, mientras me miraba –ya sí, a los ojos- con cierto gesto de aprobación e incluso de ilusión, creí intuir. Su mirada era cristalina y bonachona, sus ojos claros, de un azul a la vez tan gélido como cálido, y su voz –apenas carraspeó una vez en varios minutos- sorprendía por lo suave y tenaz que sonaba. Me contó que había nacido en un pueblo de Sierra Morena, cuna de Despeñaperros, y sonrió de manera cómplice cuando le dije que yo también era andaluz.

Aquel señor había sido músico desde los seis años, tocando el saxofón alto y más tarde la guitarra. Procedía, según me contaba con cierto orgullo, de una familia donde la música había estado presente desde hacía casi doscientos años, y cuya última generación se dividía entre artistas y profesionales de la bata blanca, como él mismo los llamaba. Me habló también de cuando no cobraba en los festivales de pueblo tras actuar con su Trío Guadalajara, con la intención de darle los emolumentos a la gente sin recursos de aquella población rural y empobrecida -aunque se lo llevasen los de siempre, como añadió con cierto desprecio e ironía-, e incluso llegó a tararear las notas musicales de alguna que otra melodía con la precisión de quien ha sido –o sigue siendo- músico.

Durante su discurso, que me ha hecho viajar por la historia de España vertiginosamente, ha tomado un sorbo de su vino en cada ocasión que yo le admitía haber aprendido algo nuevo. Dado su don de la palabra, y sumado a éste sus ganas de conversar, la verdad es que apenas he podido intervenir. Más bien me he dedicado a puntualizar alguna afirmación con cuentagotas, aportando algún dato y dando mi opinión sobre preguntas concretas. Poco más, en realidad. No obstante, desde la barrar del bar, hemos recorrido mano a mano las batallas de Navas de Tolosa -cuya fecha ha acertado con total precisión-, visitado Salas de los Infantes y alrededores, dado mi conocimiento de la zona, y hasta llegado a cinco mil años antes de Cristo para conocer que Cádiz fue la primera ciudad de Europa. En ese momento ha dado, mientras esbozaba una sonrisa, un sorbo al vino. Faltaría más.

En definitiva, lo curioso es que para Paco no soy más que uno de esos pocos jóvenes que aún quedan a los que les interesa la lectura, la historia y la música. No me ha preguntado qué he estudiado, ni a qué me dedico, ni mi edad, ni dónde vivo… Pero me ha conocido, en cierto modo y en apenas unos minutos, porque quienes somos traspasa esas fronteras materiales y carentes de importancia que hemos ido construyendo, a modo de coraza social, con el paso del tiempo. He comprobado una vez más que no somos lo que tenemos, ni lo que ganamos, ni donde vivimos; más bien somos aquello que nos apasiona, lo que compartimos unos con otros y aquello de lo que disfrutamos haciendo. De hecho, quizás sea esta la manera más sana y natural de presentarnos y conocernos para con los demás, aunque a día de hoy no sea la forma más común. Tampoco sé de qué me sorprendo, pues fíjense en la estampa: dos generaciones tan diferentes -lejanas, incluso- unidas frente a la barra de un bar, a raíz de un libro, a mediodía, un día cualquiera…

– Y sobre todo, no dejes de leer –añadió cuando, tras un buen rato, hice ademán de marcharme-. La lectura es la mejor compañera de viaje. Y si algún otro día tienes tiempo y te apetece saber algo más, pásate que aquí estaré-. Respondí afirmativamente con una sonrisa y me despedí una vez más después de pagar en el mostrador, cuando ya me encontraba con pie y medio fuera del bar.

Paco tiene 81 años, es andaluz y ha vivido casi toda su vida en Barcelona. Teme al Alzheimer porque su vida está en su cabeza. Cobra una pensión pequeña con la que paga el alquiler y rememora tiempos mejores entre pequeños sorbos de vino. Paco es historiador y músico, pero sobre todo es un enamorado del saber. Y si éste es compartido, mucho mejor.

¡Música, maestro!

RGG

Arquitecto, emprendedor, inquieto, lector e intento de escritor.

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