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27 Dic

Un paisaje indescriptible

Las primeras luces del alba asoman a través de la densa neblina. Despierto con lentitud, cegado por los primeros avisos del sol ecuatorial. De fondo, el aleteo de un pájaro que construye su nido en el interior de la cabaña. Las tablas de madera crujen tras mis pasos y un rastro de aire fresco se cuela entre sus grietas. Tras la puerta, un espejo parece reflejar sobre el agua color ceniza los destellos de la naturaleza desde la otra orilla del lago. Frente a él, todos los colores lucen puros, exagerados, como surgidos de una paleta de Van Gogh. Las plantaciones de banana parecen despeñarse a lo largo de las colinas, desafiando su enorme pendiente. Sus hojas, santo y seña del paisaje más puro y salvaje de este país, refulgen en verde profundo, albergando todos los tonos e intensidades posibles. Bañados por la tenue y amarillenta luz del amanecer, los maizales todavía húmedos brillan sobre los campos escarlata. Al fondo, una silueta montañosa de color violeta trata de esconderse tras densas nubes que reflejan con intensidad las primeras luces del día. Cantan los pájaros y a lo lejos se oyen las primeras voces de la mañana. Amanece desde la perla de África.

Embelesado por la lectura de El sueño de África, escrito por Javier Reverte en 1996, apuntaba con esmero muchas de sus citas en mi diario. Aquí una de mis preferidas. “El viaje está hecho para aquellos que no saben muy bien hacia dónde se dirigen ni conocen con exactitud lo que buscan. Está hecho para los que intuyen que encontrar no es lo importante y que cumplir un sueño puede ser, sobre todo, darse de bruces con la aventura”. En aquel momento, quizás preso del instinto aventurero que este continente imprime en sus visitantes, decidí que continuaría mi viaje por tierra. De esta manera, sin prisas ni compromisos a la vista, podría recorrer los paisajes de mis lecturas, cruzando el corazón de África a través de aquellas rutas que exploradores, viajeros y escritores dejaron abiertas para la posteridad.

La vida en Nairobi me mostró un África fulgurante, imprevisible y caótica. El aire aquí es gris y viaja cargado de polución, prisas y ruido. Llegué a la parada del autobús con media hora de antelación, aunque tuve que esperar otras dos horas más. Sentado sobre una antigua escalerilla, con mis mochilas entre las piernas, alternaba ratos de lectura con períodos de observación. “Yo no viajo a ningún sitio. Lo hago tan solo por el placer de ir” –afirmaba Robert Louis Stevenson, en una de las páginas abiertas frente a mí-. El tiempo transcurría con lentitud y cuando ya pensaba en rendirme, al fin apareció el autobús. Según mis previsiones más optimistas llegaría a Kampala en unas trece o catorce horas. Sin embargo, salir de Nairobi entrada la noche no parecía una empresa sencilla. 

Me consuelo pensando que he pagado el mejor asiento del autobús y me deprimo al comprobar que mis piernas cuelgan sobre la escalinata de acceso. Asumo que no podré dormir en todo el trayecto y me recuerdo que la calma, la humildad y la paciencia son los mejores aliados de quien se atreve a viajar por el continente negro. Anochece con rapidez mientras las luces de los vehículos y semáforos a los que nadie hace caso inundan el interior del autobús. El caos es total ahí fuera. Miles de motocicletas cruzan por delante de nosotros constantemente, aunque casi nunca frenamos. Las rotondas suponen una oda a la anarquía y el ruido es ensordecedor. En ocasiones la carretera parece más despejada, pero no cogemos velocidad. Hay baches y socavones cada pocos metros, que los vehículos sortean como pueden, conduciendo incluso campo a través. Es una estampa tan irreal que ante ella no me queda sino disfrutar. Al fin queda atrás la ciudad, aunque me temo que no cumpliremos las previsiones. Intento dormir, mas resulta imposible. El chófer, imperturbable ante una situación que parece dominar, continúa implacable su recorrido entre la más absoluta oscuridad.

Asoman las primeras luces del amanecer. Kenia queda atrás y de repente, todo cambia a mi alrededor. Tras la ventanilla, el paisaje brota con un verdor hiriente. Ribazos de yerbas altas a ambos lados de la carretera parecen adueñarse del camino y las hojas de los bananeros y maizales brillan tras las lluvias nocturnas. Un babuino nos muestra su trasero con desprecio mientras la carretera se convierte en un carril de tierra arcillosa. A ambos lados, ríos de sangre parecen derramarse entre la salvaje vegetación. La tierra es roja y el paisaje se dibuja con los colores de la paleta de un mal pintor. En el cielo, nubes de un gris intenso ocultan el sol tras de sí, mientras el aire liviano parece prolongar el espacio y lo convierte en infinito. A mi izquierda, un manto inmenso color gris azulado. El Lago Victoria, presente desde el inicio de mi viaje, me recuerda dónde estoy y de dónde vengo. Cruzo el Nilo y varias horas después –veintiuna en lugar de trece- llego a mi destino.

Los que amamos la literatura podemos resistirnos muy poco a esa particular llamada de la jungla que es la poderosa atracción por visitar un escenario real donde transcurre una buena obra de ficción”. (Javier Reverte, El sueño de África)

Tras un par de días en la capital he partido en autobús hacia el suroeste de Uganda, rememorando un trayecto similar al que describe el libro que me acompaña. A los miles de verdes que siguen asombrándome con sus infinitos tonos e intensidades se suma al fondo una cordillera montañosa. Parece perseguirme en mi recorrido, paralela en todo momento a la trayectoria del vehículo, erigiéndose por encima de las cubiertas cuya chapa color rojo pálido aparece y desaparece entre las interminables plantaciones. La enorme masa es azul y parece estirada, plana y trazada con perfiles agrestes. Las nubes altas y densas parecen recortar su perfil contra el mismo cielo, y brillan con fuerza al reflejar la luz del sol. Un aura mágica envuelve las montañas mientras navego mentalmente por mis lecturas y mapas para tratar de comprender ante qué belleza natural me encuentro. Son éstas, al fin, las Montañas de la Luna.

Cientos de cráteres salpican esta zona de Uganda, que se halla escondida entre altas montañas y densos bosques. Los lagos, dueños de estos vacíos naturales, reflejan sobre su superficie las llamaradas de verdor de las llanuras, campos de maíz y plantaciones de banana. Anochece y la luz anaranjada cubre la línea del horizonte, enrojeciendo a su paso los campos conforme el sol baja sobre la tierra. El cielo se difumina en tonos rosáceos mientras el aire rojizo desciende lentamente desde las nubes sobre las montañas de color añil. Cae la noche y el inmenso firmamento lleno de estrellas brilla con luminosidad mercurial sobre los terrenos más vivos y salvajes del planeta. Al fondo, iluminadas por la luna, las montañas azuladas me dan la bienvenida una vez más. ¿Deberán a esta preciosa estampa su nombre?

Ernest Hemingway visitó África en 1933. Su viaje duró sólo un par de meses, aunque quedó profundamente enamorado de ella. Por alguna razón, no obstante, se sentía incapaz de describir los sentimientos, emociones o realidades que este continente causaban en su interior. Es ésta una sensación que, tras más de cien días aquí, creo firmemente compartir. De hecho, quizás sea la principal razón por las que muchos tratan de escribir sobre ello a su regreso, pues la aventura africana se vive con gran intensidad y antes o después suplica por ser contada. Si bien tratar de explicar lo inexplicable supone un reto mayúsculo para el escritor, huir de la tentación de hacerlo no supone menos que un delito para el mismo. En definitiva, y mientras no encuentre la manera de llevarlo a cabo, disfrutemos al menos con las descripciones de sus admirables paisajes. Tampoco se sorprendan si algún día recuerdan estas líneas mientras viajan en autobús entre infinitos y bellos territorios. Las lecturas, al fin y al cabo, son las mejores compañeras de viaje.

Si alguna vez escribo algo sobre todo esto, sólo serán descripciones de paisajes hasta que sepa algo de verdad sobre el asunto”. (Ernest Hemingway)

RGG

Arquitecto, emprendedor, inquieto, lector e intento de escritor.

4 Comentarios
  • Rafael de Gaidovar

    ¡Fantástico!

    27 de diciembre de 2021 at 15:29 Responder
  • pacodelarosablog

    Bravo, muy interesante y bien descrito…

    27 de diciembre de 2021 at 16:23 Responder
  • AleixSF

    Simplemente increible todo lo que transmite el texto. Sigue ilustrando este continente, Rafa. ¡Gracias por compartirlo!
    Una abraçada amic

    28 de diciembre de 2021 at 13:29 Responder
  • SFJ

    Bellísima mirada 🙂

    14 de mayo de 2022 at 23:21 Responder

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