
“Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un solo día de tu vida” – Confucio
Todo buen padre desea eso para sus hijos. Por lo que suponiendo que la atmósfera familiar es favorable, el joven tendrá que tomar su primera decisión importante en torno a los 15 años. Bachillerato de ciencias, letras, formaciones profesionales, enseñanzas especiales forman parte de ese conglomerado de posibilidades que irán cambiando de nombre a medida que éste crece. Con suerte habrá disfrutado y aprovechado el proceso formativo y allí será donde silenciosamente se instaure en su cerebro una forma idealizada de cómo será el trabajo que desempeñe en un futuro que cada vez es más cercano.
Ahora llega la hora de la verdad, en la que persona y trabajo se encuentran para quitarse las caretas. Ya no hay imagen ideal sino trabajo real. Y es aquí el punto crítico donde se plantea la disyuntiva: perseguir cual coyote incansable a esa imagen ideal o labrarse otro camino a lo Jared Leto en Mr. Nobody.
Algunos afortunados disfrutan con pasión de su trabajo, pero sólo una ínfima parte de la población alcanza el éxito llevando a cabo su pasión. Es de admirar a quienes pueden dedicar su vida a su más profunda afición, seguirlos en el camino, ver su evolución y cómo alcanzan cotas que parecían predestinadas para ellos. Ese punto de felicidad profesional en el que hobby es igual a trabajo. Aun así, la palabra hobby, por definición, es incompatible con la palabra trabajo. Incluso las personas que viven de su hobby tienen otros. Hay personas con múltiples capacidades, personas curiosas, inquietas por abrir el campo de mira, por no conformarse con un único saber o simplemente por volver a experimentar esa sensación de conocer, de renacer. Pero ¿se puede sacar jugo a diferentes oficios como para poder vivir llevándolos a cabo?
“Aprendiz de todo, maestro de nada”. Casi todos hemos escuchado esta expresión viniendo de alguien mayor que nosotros; y seguramente coincidiendo con el momento de tomar ciertas decisiones. Pero ahí es cuando me vienen a la cabeza nombres como Botticelli o Michelangelo. ¿¡Qué contestaría Leonardo Da Vinci si le dijeran eso a los 15 años!? Me puedo figurar su respuesta, y no creo que anduviese muy desencaminado si me lo imagino respondiendo algo como: “Ars longa, vita brevis” (el arte es largo, la vida breve) ¡y a más ver!
Lógicamente nos estamos remontando al Renacimiento, nombrando a personas destacadísimas, de una capacidad artística, intelectual y de inventiva sublimes, pero no hace falta aspirar a referencias tan altas para encontrarnos con más ejemplos. Vaya, el mismo Confucio fue carpintero, profesor, dejó volcado su pensamiento filosófico en Las Anacletas y llegó a ser el equivalente a ministro de justicia del estado de Lu en el siglo V a.C. Pero es que el siglo XX no está falto de ejemplos.
Si recordamos a Orson Welles, pasó por el teatro, sorprendió a la población estadounidense desde la radio narrando La guerra de los mundos, para luego llegar al estrellato en la gran pantalla con Ciudadano Kane, pasando a la posteridad como guionista, director y actor. Tenemos el ejemplo del brillantísimo arquitecto suizo Le Corbusier, quien además de desempeñar la pintura y la escultura, con sus escritos en Hacia una arquitectura sentó las bases de lo que luego sería el inicio del movimiento moderno que aún hace mella en las escuelas de arquitectura. Y como no, el excéntrico artista surrealista Salvador Dalí, quien además de dejarnos un inmenso legado pictórico hizo sus pinitos en el cine e inició la expansión artística del marketing diseñando el logo de Chupa-Chups.
Por supuesto, no todos llegan a este nivel de notoriedad, pero me gusta pensar que hay más renacentistas medios de lo que parece. Personas que, sin haber alcanzado las más altas cotas de su oficio, son realmente válidas en diferentes campos del saber y que por los azares de la vida no han llegado a desarrollarlos de manera profesional. Si entendemos una canción, un edificio, un menú degustación como un producto que se ofrece al mundo, me gusta pensar que detrás de excelentes productos hay un gran porcentaje de este tipo de personas como consumidores. Me gusta pensar que ellos son los que exigen que esos productos tengan ese nivel, que son los que ponen el listón, que de alguna manera hacen posible que se llegue a la excelencia.
Por eso el primer articulo va dedicado al renacentista medio, del que nada se espera, al que tanto debemos.
Hernández
Gran artículo.
Jorge
Excelente artículo. La verdad es que desde pequeños, nos obligan a tomar decisiones que afectarán al futuro laboral pero con una inmadurez propia de la edad.
Por otro lado, cuando el ocio pasa a ser tu trabajo, deja de ser ocio. Debemos tener una vía de escape que nos ayude a desconectar del trabajo diario.