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17 Nov

A orillas del Índico

Nada más llegar a la habitación he bebido un vaso de agua. A pesar de hallarse un poco tibia tras tantas horas en la jarra de vidrio que la contiene y encerrada entre cuatro paredes en las que no parece entrar ni rastro de la brisa marina que recorre las calles, la he bebido con ganas. Hace calor y la alta presencia de humedad lo convierte a ratos en insoportable, aunque dudo que el mercurio alcance siquiera la barrera de los treinta grados. Acto seguido me he descalzado, he secado el rastro de sudor de mi cuerpo con una camiseta que mañana irá directa a la lavadora y, para enorme gozo del viajero, me he dado una buena ducha fría después de tan largo día.

Tras dos meses e innumerables experiencias en la isla de Mfangano -muchas reposan aún en el tintero-, escribo estas líneas en la oscuridad y frescor con que la noche de Lamu, también isla aunque de arena blanca y bañada por las aguas saladas del Índico, parece al fin darme un respiro. Lo hago desde una mesa pequeña en la terraza más alta de esta noble casa, cuya arquitectura mozárabe, rehabilitada con mucho encanto hace no demasiados años, me acoge durante mi estancia. Frente a mí, la fachada trasera del Fuerte de Lamu, cuyos tonos claros quedan tenuemente iluminados de forma indirecta, hace de inútil barrera sonora y me permite escuchar con nitidez la fiesta que alberga en su interior desde hace un par de días. La música está altísima y es repetitiva, nada extraño en la cultura africana, aunque confío en que dicha monotonía, pues no hay mal que por bien no venga, me ayude a elevar poco a poco mi nivel de concentración.

Christina y Paul nacieron hace más de setenta años, ella en Estocolmo y él cerca de Amsterdam. Se conocieron en 1975 estando de vacaciones en esta paradisíaca isla que hoy, pese a parecer todavía virgen, libre y exenta de aquellos grandes cambios experimentados por África y el mundo en los últimos cuarenta y cinco años, también ha sido y está siendo atacada por la atrocidad humana, esa que destruye a su paso toda biodiversidad que se le pone por delante. Sin embargo, con ánimo de no desviarme más de lo necesario de la historia que hoy les muestro, les contaré que esta misma empezó bien lejos de aquí, y creo interesante resumirla con objeto de algunas reflexiones que retomaré al final del texto, por si deciden acompañarme en la lectura hasta entonces.

Este matrimonio es propietario del alojamiento en que me hospedo, y he tenido la posibilidad de pasar un día completo con ellos y conocer su historia más de cerca. Con ese único fin anduve desde bien temprano entre dunas y palmeras, con la densa arena blanca bajo mis pies, durante casi una hora. Como ocurre con casi todas las postales idílicas del mundo, y quizás aquí suceda de forma más acrecentada, nada tiene que ver el pueblo de casas mozárabes con paredes encaladas y puertas de madera hechas a mano, paseo marítimo y restaurantes, con la realidad que albergan las callejuelas y suburbios de alrededores, los cuales atravieso durante mi camino. En ellos predominan las casas a medio hacer -tengo la impresión de que en África todo parece estar construido a medias-, montañas de basura a la espera de ser quemadas, chozas diminutas habitadas por enormes familias o niños no escolarizados que se ganan la vida transportando grano o maderas en burro.

Tras el intenso y largo paseo, Sauda, mujer musulmana de cuarenta y ocho años que me ha guiado y acompañado durante todo el trayecto, saluda amablemente a un hombre que trabaja al otro lado de una verja metálica. Nos abre la puerta entre amables muestras de cariño, y se descubre pogresivamente ante nosotros un pequeño paraíso de árboles y flores que, todavía sobre arena blanca, nos dan la bienvenida. Al fondo, camuflada desde la entrada e imponente, simple y preciosa a medida que nos acercamos, una construcción blanca de dos pisos nos espera. En uno de los porches laterales, ensimismada con alguna labor del huerto, se encuentra quien debe ser Christina.

Viste ropa ligera, de tonos azulados, y el mismo estampado floral que le cubre parte del cuerpo repite patrón y color en su sombrero de verano, el cual se posa con suavidad sobre sus finos, largos y canosos cabellos. Pese a las arrugas que luce su alta y delgada figura, su carácter irradia jovialidad. Apenas se percata de nuestra presencia, nos recibe con una sonrisa y me da la bienvenida a su casa. Mientras le cuento lo mismo que he repetido decenas de veces a cada persona que he conocido en los últimos tiempos sobre qué hago yo en un lugar como este, procede a enseñarme su jardín. En él han ido diseñando, plantando y haciendo crecer los cientos de árboles y plantas que componen en perfecta armonía su parcela arenosa. Al cabo, una vez parece haber terminado la visita por los exteriores, Paul nos espera a la sombra con un par de vasos de agua.

Tras un cordial saludo, me cuenta que en 1979 decidieron dejar atrás su anterior vida y pusieron rumbo a una región perdida en mitad de Suecia, donde compraron por cuatro duros un pequeño hotel, del que hicieron su negocio. Allí mismo construyeron su casa y poco tiempo después tuvieron a sus hijos. El hotel rural fue reuniendo muchas de sus pasiones y atrajeron paulatinamente visitantes mediante cursos y talleres de pintura, música, yoga o caligrafía. Consiguieron, poco a poco, vivir de acuerdo con los principios e intereses que les movían hasta que, años después, decidieron nuevamente dejar todo atrás y regresar a Lamu, el lugar donde comenzó este idilio y en el que, con el paso de los años, han asentado definitivamene su vida.

Casi un par de siglos antes, en 1843, junto a la laguna Walden (Concord, Massachusetts, EEUU), Henry David Thoreau experimentó y reflejó a través del ensayo de mismo nombre un tipo de vida que sirvió como experiencia empírica para posteriores principios filosóficos tales como el conductismo, desarrollado por B. F. Skinner en su novela Walden II (1948). Debido a su afán de huir de una sociedad que le horrorizaba cada vez más, así como su anhelo de querer mostrar que una vida diferente y paralela a la sociedad de su tiempo era posible, Thoreau dejó todo atrás, marchó a los bosques y vivió en su propia cabaña durante dos años en completa armonía con la naturaleza. No obstante, principios que parecen pensados para los tiempos actuales más que para cuando fueron escritos.

Conocer gente que ha sido capaz de plantearse razonamientos complejos y vivir conforme a sus decisiones es siempre fuente de inspiración. Sus historias catapultan nuestras inquietudes y ansias por vivir, que alcanzan en ocasiones niveles que parecían ocultos en nuestro interior. Dichos razonamientos y reflexiones profundas, sean de la índole que sean, comienzan generalmente por un momento de pausa:

“Parar para pensar, parar para leer, parar para ver»

Amanece. La música hace tiempo que dejó de sonar y me sorprendo gratamente al comprobar que frente a mí, bajo la anaranjada luz del alba, puedo ver entre las almenas del fuerte una generosa porción de mar. Bebo un sorbo del agua que aún me queda en la jarra, respiro profundamente y apago la tablet. Me inclino hacia atrás por primera vez en mucho tiempo, reposo sobre el respaldo de mi silla, cierro los ojos y acuden a mi mente multitud de imágenes, que pasan rápido una tras otra, en carrusel. Pienso entonces en las esbeltas palmeras, la suave arena blanca bajo mis pies, el pequeño paraíso en que me hallo. La voz de Meryl Streep resuena una vez más en mi cabeza, inspirada esta vez por las dos caras de la moneda que he conocido y vivido de cerca a lo largo de mi viaje, lo cual me permite apreciar la realidad de este país con otros ojos, aquellos que, no hace tanto tiempo ingenuos, comienzan a albergar en su interior una mirada cada vez más crítica.

“Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong. El ecuador atravesaba aquellas tierras altas a un centenar de millas al norte, y la granja se asentaba a una altura de unos mil pies. Durante el día te sentías a una gran altitud, cerca del sol, las primeras horas de la mañana y las tardes eran límpidas y sosegadas, y las noches frías”.

En definitiva, ¿qué son estos textos sino el más nítido reflejo de mis miedos e ilusiones? Son, quizás, mi Walden particular. Mis memorias de África.

RGG

Arquitecto, emprendedor, inquieto, lector e intento de escritor.

2 Comentarios
  • Cristina

    Buena elección 😉

    13 de diciembre de 2021 at 19:29 Responder
    • Françoise

      Good morning,
      My ñame is Françoise and at the moment I live in Jerez …
      I met your father twice or three times but we did not have the occasion to speak about you and Africa..
      It is Irene from the AYUTAMENTO, who spoke about you yesterday
      I asked her to send me your text and this morning I read it and tears came to my eyes ..
      I worked a long time ago ( because I am around the age of your father) , in Africa for 10 years for an NGO and the European community and everything
      You wrote , I felt it my bones still today…
      For me it is the most wonderful continent … it is my continent ( and for many other people too)
      Go to Mozambique , ETHIOPA ,, and your life who already has changed … you will never be the same …
      if you come through here , may be like says T.S ELLIOT
      «WE SHALL HAVE TEA »
      Thank you for being you

      9 de enero de 2022 at 12:54 Responder

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